viernes, 26 de febrero de 2010

El sabio

Saludando a todos los mochileros que llegaban, chamullando a las musas del salto, y transportando su estuche-cenicero, iba el gran sabio Jeffrey. Se retiraba con su quena a un lugar tranquilo donde no pudieran molestarlo un par de managers cazadores de talentos, que habían llegado al lugar por rumores y pensaban atrapar algún artista. Zafó rápido antes encomendándole el trabajo de juntar leña a Ferno, que llamó a Floripegno para que lo ayudara. Se cruzó conmigo luego, y me dijo: la sandía que compré está en la mesa del quincho, metele que tenemos que mantenerla fresca para que esté rica con la caña. Asentí nomás porque Jeffrey no es un tipo de esos que se discuten., se acata nomás. Mientras iba caminando a buscar la sandía estaba caminando tras Partuvzko, que andaba sin ganas de laburar, y haciéndose el distraído se iba lejos del alcance del Sabio. Tonto él, ya que sabía que no podría contra la astucia del señor. Jeffrey le dio, en forma de reprensión, la tarea más pesada, por pesado, y Partuvzko pichado se fue a pelar papas.

Todas las tareas nos las asignó y él mismo se dispuso, luego de haber hecho sus quehaceres por la mañana, a descansar sobre una raíz gruesa del mirador. Desenfundó la flautita de madera, se acomodó solemne como si dirigiera una reverencia a la naturaleza, y comenzó a ejecutar una pieza musical…

Los pájaros entonces se callaron y algunos chistaban para callar a los más quilomberos, chicharras también hicieron pausa, el mismo viento se detuvo. Cuando todo se detuvo, nosotros nos miramos desde nuestras posiciones, sonreímos y por lo menos yo pensé: ¡que hijo ‘e una gran siete! Jeffrey estaba muy sumiso en su himno improvisado, pero cuando se rescató del surrealismo del momento y al ver que todo estaba callado dijo: prosigan con lo que estaban haciendo, yo sólo acompaño. Y todo empezó a hacer quilombo otra vez.

Moraleja: no hay que leer el glosario de la Naranja Mecánica, porque la experiencia de incorporar la nueva jerga que presenta el libro tiene un sabor distinto especial.

lunes, 8 de febrero de 2010

El duelo del sendero.


Los distribuidores de productos estaban anotando todo lo que Floripegno les decía que había que traer, Partuvzko estaba perdiendo en el truco contra Jeffrey y trataba de no perder más de 3 puntos por tirada. Mientras yo hablaba con las emisoras locales de radio, para que hagan difusión del lugar, el día se tornaba un tanto más épico. Con la idea de refrescarse un poco Nero iba camino a la Olla, solo, ya que nadie estaba libre como para permitirse tal descanso.
Iba meditando acerca de que debían ir hacia el pueblo al día siguiente, ya que no podríamos durar demasiado con la comida y esas cosas. Como mal criollo que es, llevó unas sopas instantáneas, ya que quería pasar la mañana entera en soledad, y volver luego del mediodía cuando el sol no arrasa con todo lo que toca. Podría tranquilamente haber llevado algunos ingredientes para comer algo más producido, pero este cristiano ni si quiera toma mate, así que en definitiva: es un mal criollo.
A pesar de eso, no era nada tonto, y le sobraba prudencia, sabía que algo podría pasar estando sólo en el sendero, así que llevó un arsenal de protección contra toda clase de cosas que se le pudieran cruzar.
Fue entonces, cuando luego de 1300 metros de caminata lo vio. Era una leyenda viva que se venía a cruzar justo con él, que nada de ganas tenía de afrontar a un bicho así. Era esbelto, bien formado, lleno de brillantina, con músculos fuertes, tanto que Nero se pegó un cuiqui tremendo. Azucena, la avispa dueña del lugar estaba revoleando aguijón frente a su pequeña figura.
Cagado en las patas, lo primero que el pobre atinó a hacer fue rajar pensando, antes que nada, con las piernas. Pero luego el corazón le hizo llegar agua al tanque, lo pensó mejor, se armó de coraje y peló rápidamente el repelente. ¡Hijo e’ tigre! ¡Que coraje, que valentía, que repelente! Surgió de sus entrañas el embate más metafísico, era un cabeza al irse así contra una de las criaturas más exóticas y peligrosas del mundo. Pero iba y cada paso de la carga veloz como el rayo, fuerte como ariete, los segundos pasaban como horas dentro de la oficina (que son más largas).
El bicho apuntó su gallarda Excalibur Mbyá, y trató de embestirlo. Pero por más rara, guasa y grande que fuera, no sabía con quién se había metido. En un tropezón, zafó de ser apuñalado en el codo, y tendido en el suelo, soltó un Sapucai a lo espartano y lanzo el ponzoñoso perfume a los ojos del animal. Pensando en el poco tiempo que tenía usó el encendedor de la hornalla portátil para encender en llamas a la bestia.
Ya estaba todo pensado, 15 largos segundos habían pasado desde el momento que cruzaron miradas, cuando de un arranque le sacó el aguijón. Entonces, matado el avispón, blandió furioso su aguijón, y se lo clavó en el medio del pecho. Su arma fue entonces su verdugo.
Durante el resto del día nosotros nos preocupamos, ya había pasado mucho tiempo y el falopero de Nero no aparecía. Estábamos en camino a buscarlo cuando apareció, con el aguijón envainado, tres veces más grande y más gaucho de lo que antes lo habíamos visto. Era ahora un semidios, un guerrero, un hilo de luz. La historia nos la contó como yo ahora no la estoy relatando, porque del temor al narrador omnisciente hay varios pasos diferenciales. Entonces Nero, que siempre había sido tan solo Nero, pasó a llamarse Ferno, el control encarnado de las plagas.

viernes, 29 de enero de 2010

Sudestano aburrido en el Casino.

Mientras los ingenieros especializados en adaptación ambiental (o algo así como lo llaman) miraban los planos desde todos los puntos de vista, el Casino Royal Enchanted Resort esperaba ser edificado. Partuvzko impaciente como siempre, caminaba en todos los sentidos y descansaba en el cocú. Nero iba detrás de él tratando de convencerlo de ir a la base del salto para refrescar las ideas un rato. Tras un momento de lidiar con los agentes de relaciones públicas, que a su vez discutían con los diseñadores gráficos por la propaganda y la estética del Casino, Partuvzko tiro todo a la mierda y puso la malla para ir a dormir una siesta en la piedra que yo había encontrado. Como por mi parte, no tenía muchas ganas de mandarme hasta abajo para subir tratando de que mi pulmón no se escape de mí al ver escaleras, me quedé con Floripegno.

Mala decisión la mía, ya que el buen señor estaba en la carpa con el celular a lo que daba, meta escuchar Tool (buena banda). Estuve unos quince minutos hasta que no aguanté más, le pegué un tape, le rajé una puteada y me fui, por colgado. Entonces me acerqué a la baranda del mirador, donde Jeffrey, el sabio del Casino, tocaba la quena con dedicación, haciendo al paisaje más himalayo. Charlamos un rato y desde esa ubicación, se podía ver a los hippies de Nero y Partuvzko tocando la viola y tirándose de las piedras a la parte más profunda de la piscina natural.

Rápidamente me aburrió esa imagen de dos mini-personas hippies, entonces fui a putear a los ingenieros que ahora peleaban con los arquitectos. “Mierda” pensé: esta mierda da para rato… Que día de mierda más aburrido que la mierda. Una chica levitando me llamó la atención y me pinté de colores.

Moraleja: Misiones es parte del Acuífero Guaraní, porque Jeffrey nos instruyó en el tema.

martes, 26 de enero de 2010

El casino detrás del salto: introducción.

Llevamos una caminata abrupta con pesimismo de entrada, sin esperanza de que algún falopa nos levantara aun si tuviera 300 espacios disponibles en la parte de atrás de la camioneta. Disfrutamos de ver la entrada y se nos cayó la moral al ver el precio de entrada, junto con lo que salía poner la carpa. Tras blasfemias por cosas que recuerdo poco y nada, bajamos.

Mire por entre los árboles y elegí el lugar menos indicado para colocar la tienda de campaña. Fundamenté brevemente el por qué de ese espacio, y gracias al cielo Nero, Partuvzko y Floripegno retrucaron la movida. Cinco minutos pasados desde el momento en que se termino de levantar nuestra fortaleza contra terodáctilos, se cae una rama que se posaba frágil contra el suelo (a unos 3 centímetros de donde había defendido yo austeramente que debíamos levantarla).

Ya vacías las mochilas, transformadas en armario, despensa, y depósito, nos dispusimos a hacer algo, o quizá no, no me acuerdo. Pero sí es cierto que bajamos a la base del salto, donde pronto pondremos un casino. Encontré una piedra cómoda en su haber, donde clavé bandera presumiendo que sería mi lecho de siestas húmedas por el rocío de la cascada. Partuvzko sin embargo, que nada tiene de tonto, tomo el puesto de comando por el resto de los días, maldito él y su inteligencia funcional.

En la noche, gente extraña transformose en familia, compartiendo su alegría, su pena, su todo y su vodka, con lo vago. Así, durante seis días, contando también los de caminata hacia la Olla, hecho el sendero por el mismo demonio que trabaja como jefe en el inframundo.

Si bien relatos como este son relativos, ya se sabrá un poco más. Me dijeron un grupo de fantasmas tradicionales que hay dos cosas importantes en la vida de una persona elegante: la protección capilar y la moraleja en toda historia. Como yo no soy quien para cuestionar a ningún guionista de Disney, dejo la mía.

MORALEJA: somos todos hijos de prometeo. Los Pochis me contaron.