Saludando a todos los mochileros que llegaban, chamullando a las musas del salto, y transportando su estuche-cenicero, iba el gran sabio Jeffrey. Se retiraba con su quena a un lugar tranquilo donde no pudieran molestarlo un par de managers cazadores de talentos, que habían llegado al lugar por rumores y pensaban atrapar algún artista. Zafó rápido antes encomendándole el trabajo de juntar leña a Ferno, que llamó a Floripegno para que lo ayudara. Se cruzó conmigo luego, y me dijo: la sandía que compré está en la mesa del quincho, metele que tenemos que mantenerla fresca para que esté rica con la caña. Asentí nomás porque Jeffrey no es un tipo de esos que se discuten., se acata nomás. Mientras iba caminando a buscar la sandía estaba caminando tras Partuvzko, que andaba sin ganas de laburar, y haciéndose el distraído se iba lejos del alcance del Sabio. Tonto él, ya que sabía que no podría contra la astucia del señor. Jeffrey le dio, en forma de reprensión, la tarea más pesada, por pesado, y Partuvzko pichado se fue a pelar papas.
Todas las tareas nos las asignó y él mismo se dispuso, luego de haber hecho sus quehaceres por la mañana, a descansar sobre una raíz gruesa del mirador. Desenfundó la flautita de madera, se acomodó solemne como si dirigiera una reverencia a la naturaleza, y comenzó a ejecutar una pieza musical…
Los pájaros entonces se callaron y algunos chistaban para callar a los más quilomberos, chicharras también hicieron pausa, el mismo viento se detuvo. Cuando todo se detuvo, nosotros nos miramos desde nuestras posiciones, sonreímos y por lo menos yo pensé: ¡que hijo ‘e una gran siete! Jeffrey estaba muy sumiso en su himno improvisado, pero cuando se rescató del surrealismo del momento y al ver que todo estaba callado dijo: prosigan con lo que estaban haciendo, yo sólo acompaño. Y todo empezó a hacer quilombo otra vez.
Moraleja: no hay que leer el glosario de