martes, 26 de enero de 2010

El casino detrás del salto: introducción.

Llevamos una caminata abrupta con pesimismo de entrada, sin esperanza de que algún falopa nos levantara aun si tuviera 300 espacios disponibles en la parte de atrás de la camioneta. Disfrutamos de ver la entrada y se nos cayó la moral al ver el precio de entrada, junto con lo que salía poner la carpa. Tras blasfemias por cosas que recuerdo poco y nada, bajamos.

Mire por entre los árboles y elegí el lugar menos indicado para colocar la tienda de campaña. Fundamenté brevemente el por qué de ese espacio, y gracias al cielo Nero, Partuvzko y Floripegno retrucaron la movida. Cinco minutos pasados desde el momento en que se termino de levantar nuestra fortaleza contra terodáctilos, se cae una rama que se posaba frágil contra el suelo (a unos 3 centímetros de donde había defendido yo austeramente que debíamos levantarla).

Ya vacías las mochilas, transformadas en armario, despensa, y depósito, nos dispusimos a hacer algo, o quizá no, no me acuerdo. Pero sí es cierto que bajamos a la base del salto, donde pronto pondremos un casino. Encontré una piedra cómoda en su haber, donde clavé bandera presumiendo que sería mi lecho de siestas húmedas por el rocío de la cascada. Partuvzko sin embargo, que nada tiene de tonto, tomo el puesto de comando por el resto de los días, maldito él y su inteligencia funcional.

En la noche, gente extraña transformose en familia, compartiendo su alegría, su pena, su todo y su vodka, con lo vago. Así, durante seis días, contando también los de caminata hacia la Olla, hecho el sendero por el mismo demonio que trabaja como jefe en el inframundo.

Si bien relatos como este son relativos, ya se sabrá un poco más. Me dijeron un grupo de fantasmas tradicionales que hay dos cosas importantes en la vida de una persona elegante: la protección capilar y la moraleja en toda historia. Como yo no soy quien para cuestionar a ningún guionista de Disney, dejo la mía.

MORALEJA: somos todos hijos de prometeo. Los Pochis me contaron.

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